NEUROESTRUCTURA
El cerebro humano es una masa,
compuesta por grasas y tejidos gelatinosos y es la más compleja de todas las
estructuras vivas conocidas. Hasta un billón de células nerviosas trabajan
unidas para coordinar las actividades físicas y los procesos mentales que
distinguen a los seres humanos de otras especies. Con capacidad de percibir información, analizarla,
integrarla, transmitir órdenes para regulan el organismo, la conducta, el pensamiento,
los sentimientos y el lenguaje, entre otras miles de funciones, tiene información almacenada sobre la
reproducción, medio ambiente , el metabolismo , etc.
Sus células se denominan
neuronas, aparecen en la propia estructura embrionaria y sirven para
transformar cambios químicos debido a
los neurotransmisores (dopamina, adrenalina, serotonina, melatonina,
entre otras) en estímulos eléctricos y transmitirlos a través de
las sinapsis (química o eléctrica) al resto de neuronas de la red del
cerebro. Los procesos químicos y eléctricos que ocurren en el cerebro son como
chispazos.
Con la evolución se han ido
superponiendo las estructuras nuevas con las antiguas; unas sobre otras. En el
hombre coexisten las estructuras cerebrales más arcaicas con las más modernas.
En nuestro cerebro están todavía, en la parte más interior, las estructuras
cerebrales de los reptiles; El cerebro reptiliano, no piensa ni aprende, pero
sirve para las funciones básicas como la respiración y el metabolismo. Es el
responsable de las reacciones y movimientos automáticos. Responde
automáticamente a determinadas señales, esta estructura, está directamente
conectado con la médula espinal.
Noticias del cerebro
Aunque el cerebro
humano sigue siendo en gran parte un misterio, Poco a poco, los
neurocientíficos están llegando a una mejor comprensión, sobre la forma en que
tiene lugar la conciencia, el pensamiento y la emoción. El
estudio del cerebro es tan importante que en el gobierno de Barak Obama se invirtió miles de millones de dólares en un proyecto de investigación llamado BRAIN. Europa también ha lanzado iniciativas igual de ambiciosas y Japón, por su
parte, trabaja en proyectos para crear un mapa del cerebro en primates
La idea de
la telepatía puede no ser tan descabellada como parece. Los
científicos ya lograron la comunicación directa cerebro a cerebro entre los
seres humanos. En el otoño del 2014, los científicos de la Universidad de
Washington fueron capaces de transmitir repetidamente señales del cerebro de
una persona a través de Internet y las utilizaron para controlar los
movimientos de la mano de otra persona en menos de una décima de segundo.
Los investigadores probaron
tres parejas de participantes (cada uno con un emisor y un receptor) quien
estuvieron colocados a poco más de 500 metros de distancia, incapaces de
interactuar unos con otros, excepto por medio del enlace cerebral. El
"emisor" estuvo conectado a una máquina electroencefalogrica que leía
la actividad cerebral y enviaba impulsos eléctricos a través de la web a un
'receptor' que tenía una bobina de estimulación magnética transcraneal colocada
cerca del área de su cerebro y que controlaba el movimiento de sus manos. Por
medio de este sistema, el remitente podía enviar una orden al receptor para que
moviera su mano simplemente pensando en el movimiento de la mano.
Así que el remitente, quien
está jugando un juego de computadora donde debe defender una ciudad de los
cañones, tiene que pensar en disparar el cañón en varios intervalos a lo largo
del juego. La señal de “¡fuego!” se envía a través de Internet directamente al
cerebro del receptor, cuya mano activa el disparo en una pantalla.
Alterar el carácter emocional de
los recuerdos. En un importante estudio, los investigadores
utilizaron la optogenética, técnica que manipula la actividad de las
neuronas que utilizan la luz para influir en los recuerdos específicos en el
cerebro de ratones. Investigadores del MIT fueron capaces de implantar falsos
recuerdos y eliminar memorias existentes del hipocampo. Incluso, los
científicos fueron capaces de cambiar las emociones asociadas con los recuerdos
de un ratón mediante la vinculación de una memoria con un entorno y el tono
emocional diferente; es decir, cambiar un recuerdo negativo en uno positivo de
forma efectiva.
Nos dimos
cuenta de lo poco que realmente sabemos. La gran paradoja de estudiar el cerebro es
que cuanto más aprendemos, menos sabemos. Como lo dice el neurocientífico
Rafael Yuste, el estudio de pequeñas partes del cerebro es como "entender
un programa de televisión mirando un solo píxel. Aunque los científicos han
sido capaces de investigar el funcionamiento de las neuronas y ciertas redes
neuronales, los cerca de 100 mil millones de neuronas y hasta 1,000 billones de
conexiones neuronales en el cerebro carecen de una comprensión total y de un
marco teórico en el que situar sus datos.
La nueva visión del
cerebro.
Los científicos que estudian el funcionamiento del cerebro cuentan hoy en
día con técnicas que les permiten visualizar la actividad de ese órgano cuando
el individuo realiza distintas acciones. Estas técnicas los han llevado a
cambiar radicalmente sus ideas acerca de la organización del cerebro.
Hasta hace relativamente
poco, los científicos que estudiaban el cerebro suponían que la corteza
cerebral —la capa exterior del cerebro, donde se llevan a cabo las funciones
cerebrales complejas como la memoria, la atención, la conciencia y el lenguaje—
se podía dividir en zonas bien definidas, correspondientes a las distintas
funciones: una zona para el lenguaje, otra para la conciencia, otra para la
percepción visual… sin intersección ni traslape. Se daba por sentado que las funciones
superiores como la conciencia y el aprendizaje operaban independientemente de
las regiones cerebrales encargadas, por ejemplo, del movimiento de los músculos
o las respuestas emocionales instintivas. Las investigaciones de los últimos 10
años, empero, indican que las zonas del cerebro no están tan delimitadas y que
actúan simultáneamente. La racionalidad y la capacidad de conocimiento que
caracterizan a nuestra especie resultan de la actividad integrada de la
totalidad de nuestro cerebro.
Desde hace muchos años
Giacomo Rizzolatti, director del Departamento de Neurociencia de la Universidad
de Parma y su equipo de investigadores, han realizado estudios sobre qué
sistemas de neuronas intervienen en cada movimiento. Y se dieron cuenta que hay
un tipo de neuronas motoras frontales que contribuyen activamente a crear una
respuesta veloz y simultánea a la información que estamos recibiendo del medio
ambiente en cada momento. Es decir, estas neuronas no tienen un papel pasivo,
sino ejecutor en las acciones. Por ejemplo, ahora se sabe que para que nuestra
mano pueda simplemente tomar la taza, necesita de un mecanismo capaz de
traducir la información sensorial que recibe en la forma en que los dedos la
agarrarán. Muchos tendrían la impresión de que el primer proceso sigue al
segundo, pero gracias a la investigación actual sobre las neuronas de la
corteza motora del cerebro se sabe que ambos son simultáneos.
Las neuronas en espejo. En
estudios, realizados en los años 90, Rizzolatti y sus colaboradores descubrieron
por casualidad un tipo de neuronas motoras con un comportamiento inesperado.
Los científicos italianos estaban estudiando una región de la corteza motora de
los monos macacos que controla los movimientos de las manos. Sus aparatos les
permitían registrar la actividad de neuronas individuales. Cuando el mono
tomaba comida para llevársela a la boca, la neurona se activaba de cierta
manera, lo que se manifestaba como un patrón de impulsos eléctricos. Entonces
los investigadores se dieron cuenta de que las neuronas de los monos se
activaban de la misma manera ¡cuando veían a uno de los científicos tomar
comida y llevársela a la boca! Luego de descartar otras posibilidades,
Rizzolatti y sus colaboradores concluyeron que esas neuronas servían para
representar acciones en el cerebro del mono, sin importar si el animal era el
agente o sólo testigo de la acción. Rizzolatti y su equipo llamaron neuronas
espejo a estas células cerebrales y las encontraron también en el cerebro
humano. Las neuronas espejo proporcionan una representación interna de las
acciones, tanto propias como ajenas, y son responsables de comportamientos como
el reconocimiento y la imitación. También podrían estar detrás de la empatía
(la capacidad de representarse vívidamente lo que sienten los demás, tanto
física como emocionalmente) y quizá incluso de nuestra capacidad de imitar
sonidos. De ahí a concluir que intervienen en la adquisición del lenguaje hay
sólo un paso.
Imitación y comunicación. En los años 50 el lingüista
estadounidense Noam Chomsky postuló una teoría para explicar por qué los niños
aprenden a hablar tan rápido pese a lo insuficiente que es el estímulo que
proporciona el entorno. Chomsky propuso que todos los idiomas del mundo cumplen
una especie de gramática universal, una serie de reglas tan generales, que se
aplican a todas las lenguas. Los niños no tienen que aprender esta gramática
universal; la traen programada en el cerebro por la evolución. Aprender una
lengua específica se reduce simplemente a ajustar ciertos parámetros de la
gramática universal. Al niño le bastan un par de años de recibir ejemplos para
dominar su lengua materna. Esto ha generado la idea de que el lenguaje no es
consecuencia de la comunicación a lo largo de generaciones, sino un
comportamiento instintivo parecido al de construir un nido en las aves. La
arquitectura del nido es un saber innato, igual que la estructura de los
lenguajes humanos.
En años más
recientes, el psicólogo canadiense Steven Pinker ha tomado la idea de Chomsky
como base de su estudio de la adquisición del lenguaje en los niños. Pinker
tituló su libro, en el que da fundamentos experimentales al modelo de Chomsky, El
instinto del lenguaje. La existencia de un instinto del lenguaje se
constata, por ejemplo, en los lenguajes de señas que han surgido
espontáneamente en comunidades de sordomudos aisladas del resto del mundo. En
esas comunidades, los sordomudos han desarrollado en un par de generaciones
sistemas de signos manuales con todas las características de los lenguajes
hablados (de hecho, el lenguaje de señas de un país por lo general no se parece
ni remotamente a su lenguaje hablado). Esto y los estudios de fósiles humanos,
así como de anatomía comparativa entre el aparato fonético de primates y
humanos, llevó a que el lenguaje se empezara a estudiar no sólo como un
producto de la mente, sino como una actividad física. Los científicos empezaron
a entender que el lenguaje depende mucho de las neuronas de la corteza cerebral
que controlan los músculos, en particular la respiración. Los primates, y
especialmente los humanos, tenemos un control relativamente fino de las manos y
los dedos, así como de los músculos de la cara, lo que se debe a que existe una
conexión directa entre la corteza motora y los músculos que controlan estas
partes del cuerpo. En los humanos los alcances de la corteza motora se
extienden a un grupo de neuronas motoras conocidas como núcleo
ambiguo, que controla el movimiento de la laringe, y otro que
controla los músculos costales que intervienen en la respiración. Como los
otros primates carecen de estas conexiones, se cree que nuestra especie las
adquirió por evolución en épocas relativamente recientes.
Te acompaño en tu dolor (o
en tu placer). En el cerebro humano el sistema
de neuronas espejo está más extendido que en el de los monos. Las neuronas
espejo de las personas son capaces, además, de identificar la intención de una
acción a partir del contexto en que se lleva a cabo esta acción, como demuestra
otro experimento de Rizzolatti y sus colaboradores, junto con el equipo de
Marco Iacoboni, de la Universidad de California en Los Ángeles. Los
investigadores registraron la actividad de las neuronas espejo de personas a
las que les mostraron varias películas breves: en una de ellas, una mano tomaba
una taza, en otras dos se veía una mesa dispuesta para tomar el té y la misma
mesa después del té; finalmente, en otras se veía la mano tomar la taza en
estos dos contextos (antes del té y después del té). El equipo observó que las
neuronas espejo de los participantes mostraban más actividad cuando la mano se
llevaba la taza de la mesa dispuesta para el té y menos cuando se la llevaba de
la mesa sucia. Esto sugiere que las neuronas espejo distinguen entre levantar
la taza para beber el contenido y levantarla para limpiar la mesa, quizá porque
beber es la intención más inmediata y frecuente. El sistema de neuronas espejo,
al parecer, nos permite descifrar las intenciones de los demás, aunque esto no
depende solamente de ellas, sino de muchos otros factores, como la memoria, la
experiencia y las creencias, por ejemplo.
La función representativa de
las neuronas espejo podría explicar por qué nos emocionamos al ver un partido
de futbol o una obra de teatro. En efecto, estas neuronas participan en nuestra
capacidad de entender las emociones de los demás. Para explorar esta idea,
Rizzolatti colaboró con un equipo francés en unos experimentos en los que se
sometía a los participantes a un olor desagradable y se registraba su actividad
cerebral. La actividad era similar en las personas que experimentaban la
sensación de asco y en las que sólo veían a otros hacer expresiones de asco.
El cerebro moral. Gran parte de las interacciones humanas depende de nuestra capacidad de entender y compartir las emociones ajenas. Pero sentir empatía con las emociones de los demás no nos conduce necesariamente a reaccionar como ellos, pues nuestras relaciones emotivas son muy complejas. En junio del año pasado, la revista Science, publicó un reportaje sobre las investigaciones psicológicas y neurobiológicas de la ética. En esas investigaciones participaron personas normales y personas con diversas lesiones en la corteza cerebral. Los investigadores les proponían a los participantes una situación cuyo desenlace dependía de una decisión ética. Por ejemplo, ésta: imagínate que vas en un barco que se incendia; ya en el bote salvavidas, resulta que éste es demasiado pequeño y amenaza con hundirse. A bordo de este bote va también un pasajero herido de muerte en el incendio. Ese pasajero no tiene salvación. Si lo echan al agua, se salvarán todos los demás. ¿Tú qué harías? En experimentos similares, el psicólogo cognitivo Joshua Greene observó que la mayoría de los participantes optaba por no hacer nada. La intensa emoción de ser el causante directo de la muerte de otra persona es más fuerte que la razón, que indica que la otra opción es la correcta. No obstante, en otros experimentos realizados por el neurobiólogo Antonio Damasio, los psicólogos y biólogos evolucionistas Michael Koenigs y Marc D. Hauser encontraron que había sujetos que optaban por el sacrificio de la víctima. Estas personas mostraron también una sensibilidad menor que la normal a emociones como la compasión, la vergüenza y la culpa. Su capacidad de razonar con lógica, empero, no estaba afectada. La conclusión de estos investigadores es que en nuestro cerebro hay zonas encargadas de elaborar juicios morales y que éstas dependen de la organización cerebral de las emociones. La aversión al sufrimiento ajeno es innata en las personas.
Animales sociales
Toda esta visión del cerebro
humano que está surgiendo de las nuevas investigaciones nos confirma algo que
ya se había pensado: al igual que nuestros antecesores y parientes en la
evolución, somos animales sociales y nuestro cerebro está en gran medida
configurado para relacionarnos con nuestros semejantes de una manera muy
compleja y para transmitir a nuestros descendientes muchísima información de
todo tipo. El sistema de comunicación que hemos desarrollado a partir de
nuestra biología —que es básicamente el lenguaje ordinario— y toda la memoria
acumulada y retransmitida de una generación a otra, hacen posible que tú estés
leyendo estas páginas que nosotros escribimos. La forma y la evolución
específica del cerebro de homínidos como nosotros da lugar a relaciones
sociales muy refinadas en las que las razones y las emociones se mezclan de
maneras muy diversas. Es posible que los escritores estemos indagando
desinteresadamente, al escribir poemas, relatos y novelas, sobre esta mezcla de
pasiones y razones que impulsan al animal humano a actuar; y que nuestra
voluntad y libre albedrío resulten algo más complicados que seguir las
prescripciones éticas o saber lo que se debe o lo que no se debe hacer.
Todo lo anterior no lleva a
afirmas que el cerebro es la estructura más compleja del universo, contiene más neuronas que estrellas hay en una
galaxia. El cerebro dicta toda nuestra actividad mental: desde procesos
inconscientes, como respirar, hasta los pensamientos filosóficos más complejos. Por miles de años, las civilizaciones se
preguntaron sobre el origen del pensamiento, la conciencia, la interacción
social, la creatividad, la percepción, el libre albedrío y las emociones. Hoy,
gracias a las neuroimágenes, es posible filmar y estudiar el cerebro cuando
aprendemos, decidimos, nos enamoramos o enojamos. Y así entender las bases
cerebrales de procesos complejos como la imaginación, la toma de decisiones y
la emoción.
Actualmente sabemos,
contra lo que se creía una década atrás, que las neuronas pueden regenerarse y
establecer nuevas conexiones al tiempo que se pierden otras, y que el cerebro
es un órgano plástico que una vez que alcanza su madurez, alrededor de los 20
años, continúa cambiando y adaptándose a nuevos comportamientos y
circunstancias durante prácticamente toda la vida. La neuroplasticidad es, así mismo, uno de los
factores más importantes en la evolución de la especie; un rasgo que permitió
al sistema nervioso escapar a las restricciones de su propio genoma y responder
a cambios ambientales y fisiológicos constantes. Así, nuestra forma de pensar,
percibir y actuar no está del todo determinada por nuestros genes ni por las
experiencias tempranas de nuestra niñez, como sugería el creador del
psicoanálisis, Sigmund Freud. Sin
embargo, para ser justos, hay que recordar que a fines del siglo XIX, Freud,
que antes de ser psicoanalista fue neurólogo, descubrió el papel del
inconsciente en nuestra conducta. Y recientes investigaciones ratifican la
teoría del vienés, al develar que la mayoría de los procesos cerebrales que
creemos racionales, no son conscientes.
La dimensión social
Uno de los descubrimientos
centrales de las neurociencias es la dimensión social del cerebro humano, que
como nuestras relaciones trabaja básicamente en red. "La complejidad del
cerebro es consecuencia de la complejidad social que alcanzó nuestra especie a
lo largo de su evolución", El ser
humano es básicamente una criatura social. Por eso crea organizaciones, que van
desde la familia hasta las comunidades nacionales o globales", dice Manes.
La interacción social también resulta
fundamental para el aprendizaje. Y esto explica por qué los docentes de carne y
hueso difícilmente sean reemplazables por programas de software o máquinas.
Manes refiere un experimento, en el que tres grupos de bebes cuya lengua
materna era el inglés fueron entrenados en el aprendizaje del idioma chino: un
grupo interactuaba con un maestro chino en vivo; un segundo grupo veía
películas del mismo hablante, y el tercer grupo sólo lo escuchaba a través de
auriculares. El tiempo de exposición y el contenido fueron idénticos en los
tres grupos. Después del entrenamiento, los bebes expuestos a la persona china
en vivo distinguieron entre dos sonidos con un rendimiento similar al de un
bebe nativo chino. Los bebes que habían estado expuestos a ese idioma a través
del video o de sonidos grabados no aprendieron a distinguir sonidos, y su
rendimiento fue similar al de bebes que no habían recibido entrenamiento.
Razón y emoción. No es solamente la
razón, sino la emoción lo que nos hace humanos. Tanto las emociones positivas
como las negativas, desatan un conjunto de cambios fisiológicos y
comportamentales que influyen en procesos cognitivos trascendentes como la
memoria y la toma de decisiones. Al contrario de lo que normalmente se cree,
las emociones no son un obstáculo, sino que resultan fundamentales para
decidir. Estudios recientes, entre ellos los del neurólogo Antonio Damasio,
autor de El error de Descartes, indican que "una decisión tomada sin
emoción, es altamente probable que sea equivocada". Razón y emoción van
juntas en los principales procesos cerebrales, la emoción brinda una información extra y muy
personal en el proceso de toma de decisiones para conseguir nuestros objetivos.
Para decidir bien es preciso utilizar armoniosamente los dos cerebros, el
emocional y el racional", explica.
La tecnología de
imágenes y el trabajo con pacientes que han sufrido lesiones cerebrales
mostraron que una estructura cerebral llamada amígdala juega un rol
significativo en el miedo y en la memoria de eventos emocionales. También
existe evidencia de que una región cerebral conocida como la ínsula subyace al
reconocimiento de señales humanas de disgusto. La idea de que el cerebro humano
tiene sistemas neurales parcialmente separados pero interconectados se apoya en
el hecho de que muchas de las situaciones emotivas cotidianas contienen una
combinación de emociones.
Antonio Damasio, en su libro Looking for Spinoza ("Buscando a Spinoza"), señala que las emociones son nuestra manera de reaccionar al ambiente, mientras que los sentimientos son la construcción racional, muchas veces expresada lingüísticamente, que hacemos de ellas para comunicarlas. Las recientes investigaciones sobre la mente y el cerebro nos hacen ver cada vez más que la división entre razón y emoción es artificial, y de allí proviene, según Marc D. Hauser en Moral Minds, nuestra imposibilidad de resolver los dilemas morales usando sólo la razón. Un dilema moral muy actual es, por ejemplo, el que plantea el poder prolongar la vida humana gracias a la medicina, incluso la de un enfermo terminal, aunque su sufrimiento sea muy grande. Por un lado, está el sentimiento de aversión al sufrimiento de un semejante, que todos compartimos, y por otro está el deber moral de los médicos, impuesto racionalmente, de conservar la vida del paciente a como dé lugar. Pero, como dice Marc D. Hauser, cuando el enfermo y sus familiares deciden interrumpir el tratamiento, la decisión es de tipo moral emocional y está determinada más por la circunstancia que por las reglas que los médicos se impongan. En la mayoría de las decisiones morales que tomamos hay un ingrediente emocional que se ajusta a la circunstancia y nos permite enfrentarla. El comportamiento ético depende de la sensibilidad a las emociones.
El gen altruista. Más allá de las
emociones básicas como el placer y el miedo, los seres humanos hemos desarrollado
sentimientos complejo: justicia, ética, solidaridad... En los inicios, la
supervivencia de la especie era lo más importante y esto hacía que los más
débiles fueran abandonados a su suerte. Pero ya el hombre de Neanderthal
practicaba el altruismo y algunas nociones de medicina, como lo demuestra un
cráneo de 36.000 años hallado con una herida cicatrizada en la cabeza, lo que
indicaría que fue curado por sus compañeros.
La filosofía, la
religión y la economía han intentado explicar cómo se genera la cooperación
entre individuos, aun cuando no exista una recompensa inmediata o directa. Y la
neurología vino a dar su aporte con el descubrimiento de las áreas cerebrales
relacionadas con la cognición social. "Se trata de la capacidad de
percibir las intenciones, los deseos y las creencias de otros y es una
habilidad que aparece a partir de los 4 años", explica Manes. Investigaciones
con neuroimágenes mostraron que al ayudar a otros y donar dinero, interviene la
dopamina, una hormona relacionada con los circuitos del placer. Pero también sentimientos reprochables como
la discriminación y el prejuicio tienen sus bases neuronales. Una investigación
dirigida por Agustín Ibáñez, del Laboratorio de Psicología Experimental de
Ineco e investigador del Conicet, junto a colegas de España y Chile, mostró que
el cerebro detecta en 170 milisegundos (menos que un parpadeo) si un rostro integra
o no el propio grupo de pertenencia y lo valora positiva o negativamente mucho
antes de que seamos conscientes de ello. En esta valoración intervienen varias
áreas cerebrales. El trabajo involucró a 180 voluntarios indígenas y no
indígenas, y fue publicado en la revista Frontiers in Human Neuroscience. Sus
conclusiones sugieren que "los procesos asociados al prejuicio son muy
automáticos y arraigados, por lo que las estrategias de integración y
tolerancia deberían empezar en la infancia, lo más temprano posible", dice
Ibáñez.
Estrés y memoria
¿Por qué recordamos
dónde estábamos y qué hacíamos cuando recibimos la noticia de la declaración
del corralito o el fallecimiento del ex presidente Kirchner, pero nos olvidamos
lo que hicimos el día anterior? Es que los recuerdos, tanto los buenos como los
malos, se asocian con un shock emocional. Lo demostraron investigadores del
Laboratorio de Neurobiología de la Memoria del Ifibyme, de la Facultad de
Ciencias Exactas y Naturales, y el Conicet, en un trabajo publicado por la
revista Neuroscience. En una prueba con
estudiantes voluntarios, los investigadores comprobaron que éstos "podían
recordar mejor una serie de sílabas aprendidas si eran sometidos a un estrés
leve, en comparación con el grupo control, que no sufrió estrés", explica
la bióloga Verónica Coccoz, autora del trabajo Alejandro Delorenzi y Héctor
Maldonado. Esto se debe -según el estudio- a que "en situación de estrés
se liberan sustancias como epinefrina, cortisol y glucosa, que juegan un rol
central en la modulación de la memoria".
Sin embargo, así como
niveles moderados de estrés pueden ser estimulantes, "cuando se vuelve
crónico y prolongado suele tener efectos negativos en la memoria y otras
funciones cognitivas -destaca el neurólogo Manes-. El estrés, tanto físico como
psicológico, dispara la liberación de cortisol, una hormona producida en las
glándulas suprarrenales." Altos
niveles de cortisol como los que se registran en personas estresadas o
atravesando una depresión, afectan la memoria episódica (la del cuándo y
dónde). Esto disminuye aún más sus capacidades para enfrentar las exigencias
cotidianas, lo que se transforma en un círculo vicioso. Según el neurólogo,
"la medida óptima de nuestro rendimiento intelectual no se logra a partir
de una sumatoria de horas de esfuerzo, sino más bien de una estrategia que
contemple el trabajo, el descanso, el ocio y el esparcimiento".
Relojes internos. La
percepción del tiempo, una característica netamente humana, también tiene base
neuronal. "Somos relojes con patas", describe el biólogo Diego
Golombek, investigador del Conicet y director del Laboratorio de Cronobiología
de la Universidad Nacional de Quilmes. "Existen pequeñas estructuras en el
hipotálamo que miden el tiempo y le dicen al cuerpo qué hora es -explica
Golombek-. El llamado reloj biológico sincroniza a nuestro organismo para que
rinda en forma óptima a lo largo del día, con picos de desempeño hacia la
tarde. Por eso, "a la hora de elegir conviene un horario vespertino para
una competencia deportiva o un examen -recomienda el experto-. Casi todos los
récords olímpicos se batieron en horas de la tarde."
Pero los seres humanos
no somos todos iguales y de hecho existen varios cronotipos. En los extremos se
encuentran los alondras, típicamente matutinos, y los búhos, que son
noctámbulos o al menos vespertinos. "La mayor parte de los adolescentes
son búhos. Esto no sólo se debe a sus hábitos de salir de noche, mirar tele y
chatear hasta tarde, sino que la biología indica que las agujas de su reloj interno
están atrasadas respecto de la población en general -dice Golombek-; con lo
cual, el horario de comienzo de clases en el secundario resulta absurdo e
improductivo."
Neuronas 2.0. Una
de las preguntas más inquietantes que se plantean hoy las neurociencias se
refiere a los efectos de Internet y las nuevas tecnologías en el cerebro. El
acceso a información prácticamente infinita y el bombardeo constante de
estímulos a partir de los dispositivos móviles y las redes sociales están
minando nuestra capacidad de atención y concentración. El estadounidense
Nicholas Carr, autor de El gran Interruptor y Superficiales (Taurus), denuncia
que "lo que estamos entregando a cambio de las delicias instantáneas de
Internet es nada menos que el proceso lineal de pensamiento". Una nueva
mentalidad superficial, acostumbrada a recibir y diseminar información en
estallidos cortos y descoordinados está reemplazando al razonamiento profundo.
Recientes estudios muestran un funcionamiento cerebral diferente cuando se lee
en la pantalla a cuando se lo hace en papel. Aunque en términos evolutivos la
irrupción de las tecnologías digitales es demasiado reciente para generar
cambios en la configuración cerebral, la hipótesis no deja de ser inquietante.
LA FALACIA DEL
COEFICIENTE INTELECTUAL
Ser inteligente es tener
flexibilidad para ver un problema y descubrir una posibilidad de enfrentarlo,
La noción actual de inteligencia incluye habilidades emocionales,
motivacionales y sociales. Factores de la personalidad como el humor, expanden nuestro
potencial intelectual. Desde que Howard Gartner describió en la década de los
ochenta, las inteligencias múltiples, se habla de capacidad lingüística,
lógica, musical, espacial, corporal e interpersonal. Pero ¿qué nos hace
inteligentes como especie? La capacidad de relacionarnos con otros mediante la
llamada cognición social y el lenguaje es sin duda un salto evolutivo que nos
diferenció de los primates y produjo mayores conexiones neurales.
A la hora de medir la
inteligencia, las pruebas de cociente intelectual resultan útiles en algunos
casos, pero no en todos. Y su utilización muchas veces dio lugar a prácticas
discriminatorias por género, raza o grupo social. La realidad es que la ciencia
no cuenta hoy con una herramienta para medir la inteligencia en toda su
extensión y complejidad, ¿Cómo asignarle
un cociente a la ironía o a la creatividad?
SIETE Consejos para
tener el cerebro en forma
Abra su mente: desafíe
a su cerebro con actividades nuevas: aprenda un idioma o un instrumento, vaya
al teatro, a un concierto, museo o galería
Cuide su dieta: elija
alimentos variados; priorice las frutas, verduras y carnes magras.
Ejercite su
cuerpo: vaya caminando o en bicicleta a su
trabajo, asista a un gimnasio, practique algún deporte o vaya a bailar.
Hágase un chequeo: controle
su presión arterial, colesterol, glucosa en sangre y peso. Estos factores
incrementan su riesgo de desarrollar demencia si son elevados.
Active su vida
social: reúnase con familiares y amigos,
participe en redes profesionales, eventos comunitarios o haga tareas
voluntarias.
Evite los malos
hábitos: no fume y si bebe alcohol, hágalo con
moderación
Cuide su cabeza: sea
respetuoso como peatón, use cinturón de seguridad y use casco si anda en moto,
bicicleta o patines.
Fuentes:
Facundo Manes. Neurólogo y neurocientífico
argentino creador del Instituto de Neurología Cognitiva, presidente de la
Fundación INECO, Rector de la Universidad Favaloro. Usar el cerebro
Conocer nuestra mente para vivir mejor. Editorial: PAIDOS IBERIC. ISBN: 9788449330858, 2015
Conocer nuestra mente para vivir mejor. Editorial: PAIDOS IBERIC. ISBN: 9788449330858, 2015
Alicia García Bergua es
asesora de ¿Cómo ves?; editora y colaboradora del sitio cienciorama.unam.mx;
poeta y ensayista. También ha escrito cuentos y obras de teatro. Ha sido
miembro del Sistema Nacional de Creadores:
Para profundizar:
https://www.youtube.com/watch?v=ATYtJmEczlA
https://www.ted.com/talks/sebastian_seung?language=es
En en cuaderno: Selecciones uno de los 13 artículos que se reseñan en este blog, y realice un comentario sobre dicho escrito. Establezca una pregunta de ese contenido seleccionado.
Para subir a Class Room Con fecha límite de presentación a 31 de Agosto, desarrolle el crucigrama
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