domingo, 13 de marzo de 2016

Cerebro y Cognición



NEUROESTRUCTURA
El cerebro humano es una masa, compuesta por grasas y tejidos gelatinosos y es la más compleja de todas las estructuras vivas conocidas. Hasta un billón de células nerviosas trabajan unidas para coordinar las actividades físicas y los procesos mentales que distinguen a los seres humanos de otras especies.  Con capacidad de percibir información, analizarla, integrarla, transmitir órdenes para regulan el organismo, la conducta, el pensamiento, los sentimientos y el lenguaje, entre otras miles de funciones, tiene información almacenada sobre la reproducción, medio ambiente , el metabolismo , etc.
Sus células se denominan neuronas, aparecen en la propia estructura embrionaria y sirven para transformar cambios químicos debido a los neurotransmisores (dopamina, adrenalina, serotonina, melatonina, entre otras) en estímulos eléctricos y transmitirlos a través de las sinapsis (química o eléctrica) al resto de neuronas de la red del cerebro. Los procesos químicos y eléctricos que ocurren en el cerebro son como chispazos.
Con la evolución se han ido superponiendo las estructuras nuevas con las antiguas; unas sobre otras. En el hombre coexisten las estructuras cerebrales más arcaicas con las más modernas. En nuestro cerebro están todavía, en la parte más interior, las estructuras cerebrales de los reptiles; El cerebro reptiliano, no piensa ni aprende, pero sirve para las funciones básicas como la respiración y el metabolismo. Es el responsable de las reacciones y movimientos automáticos. Responde automáticamente a determinadas señales, esta estructura, está directamente conectado con la médula espinal.




Noticias del cerebro

Aunque el cerebro humano sigue siendo en gran parte un misterio, Poco a poco, los neurocientíficos están llegando a una mejor comprensión, sobre la forma en que tiene lugar la conciencia, el pensamiento y la emoción. El estudio del cerebro es tan importante que en el gobierno de Barak Obama se invirtió miles de millones de dólares en un proyecto de investigación llamado BRAIN. Europa también ha lanzado iniciativas igual de ambiciosas y Japón, por su parte, trabaja en proyectos para crear un mapa del cerebro en primates

La comunicación directa de cerebro a cerebro no es sólo cosa de ciencia ficción.
La idea de la telepatía puede no ser tan descabellada como parece. Los científicos ya lograron la comunicación directa cerebro a cerebro entre los seres humanos. En el otoño del 2014, los científicos de la Universidad de Washington fueron capaces de transmitir repetidamente señales del cerebro de una persona a través de Internet y las utilizaron para controlar los movimientos de la mano de otra persona en menos de una décima de segundo.
Los investigadores probaron tres parejas de participantes (cada uno con un emisor y un receptor) quien estuvieron colocados a poco más de 500 metros de distancia, incapaces de interactuar unos con otros, excepto por medio del enlace cerebral. El "emisor" estuvo conectado a una máquina electroencefalogrica que leía la actividad cerebral y enviaba impulsos eléctricos a través de la web a un 'receptor' que tenía una bobina de estimulación magnética transcraneal colocada cerca del área de su cerebro y que controlaba el movimiento de sus manos. Por medio de este sistema, el remitente podía enviar una orden al receptor para que moviera su mano simplemente pensando en el movimiento de la mano.
Así que el remitente, quien está jugando un juego de computadora donde debe defender una ciudad de los cañones, tiene que pensar en disparar el cañón en varios intervalos a lo largo del juego. La señal de “¡fuego!” se envía a través de Internet directamente al cerebro del receptor, cuya mano activa el disparo en una pantalla.
Alterar el carácter emocional de los recuerdos.  En un importante estudio, los investigadores utilizaron la optogenética, técnica que manipula la actividad de las neuronas que utilizan la luz para influir en los recuerdos específicos en el cerebro de ratones. Investigadores del MIT fueron capaces de implantar falsos recuerdos y eliminar memorias existentes del hipocampo. Incluso, los científicos fueron capaces de cambiar las emociones asociadas con los recuerdos de un ratón mediante la vinculación de una memoria con un entorno y el tono emocional diferente; es decir, cambiar un recuerdo negativo en uno positivo de forma efectiva.
Nos dimos cuenta de lo poco que realmente sabemos. La gran paradoja de estudiar el cerebro es que cuanto más aprendemos, menos sabemos. Como lo dice el neurocientífico Rafael Yuste, el estudio de pequeñas partes del cerebro es como "entender un programa de televisión mirando un solo píxel. Aunque los científicos han sido capaces de investigar el funcionamiento de las neuronas y ciertas redes neuronales, los cerca de 100 mil millones de neuronas y hasta 1,000 billones de conexiones neuronales en el cerebro carecen de una comprensión total y de un marco teórico en el que situar sus datos.


La nueva visión del cerebro.
Los científicos que estudian el funcionamiento del cerebro cuentan hoy en día con técnicas que les permiten visualizar la actividad de ese órgano cuando el individuo realiza distintas acciones. Estas técnicas los han llevado a cambiar radicalmente sus ideas acerca de la organización del cerebro.
Hasta hace relativamente poco, los científicos que estudiaban el cerebro suponían que la corteza cerebral —la capa exterior del cerebro, donde se llevan a cabo las funciones cerebrales complejas como la memoria, la atención, la conciencia y el lenguaje— se podía dividir en zonas bien definidas, correspondientes a las distintas funciones: una zona para el lenguaje, otra para la conciencia, otra para la percepción visual… sin intersección ni traslape. Se daba por sentado que las funciones superiores como la conciencia y el aprendizaje operaban independientemente de las regiones cerebrales encargadas, por ejemplo, del movimiento de los músculos o las respuestas emocionales instintivas. Las investigaciones de los últimos 10 años, empero, indican que las zonas del cerebro no están tan delimitadas y que actúan simultáneamente. La racionalidad y la capacidad de conocimiento que caracterizan a nuestra especie resultan de la actividad integrada de la totalidad de nuestro cerebro.
Desde hace muchos años Giacomo Rizzolatti, director del Departamento de Neurociencia de la Universidad de Parma y su equipo de investigadores, han realizado estudios sobre qué sistemas de neuronas intervienen en cada movimiento. Y se dieron cuenta que hay un tipo de neuronas motoras frontales que contribuyen activamente a crear una respuesta veloz y simultánea a la información que estamos recibiendo del medio ambiente en cada momento. Es decir, estas neuronas no tienen un papel pasivo, sino ejecutor en las acciones. Por ejemplo, ahora se sabe que para que nuestra mano pueda simplemente tomar la taza, necesita de un mecanismo capaz de traducir la información sensorial que recibe en la forma en que los dedos la agarrarán. Muchos tendrían la impresión de que el primer proceso sigue al segundo, pero gracias a la investigación actual sobre las neuronas de la corteza motora del cerebro se sabe que ambos son simultáneos.
Las neuronas en espejo. En estudios, realizados en los años 90, Rizzolatti y sus colaboradores descubrieron por casualidad un tipo de neuronas motoras con un comportamiento inesperado. Los científicos italianos estaban estudiando una región de la corteza motora de los monos macacos que controla los movimientos de las manos. Sus aparatos les permitían registrar la actividad de neuronas individuales. Cuando el mono tomaba comida para llevársela a la boca, la neurona se activaba de cierta manera, lo que se manifestaba como un patrón de impulsos eléctricos. Entonces los investigadores se dieron cuenta de que las neuronas de los monos se activaban de la misma manera ¡cuando veían a uno de los científicos tomar comida y llevársela a la boca! Luego de descartar otras posibilidades, Rizzolatti y sus colaboradores concluyeron que esas neuronas servían para representar acciones en el cerebro del mono, sin importar si el animal era el agente o sólo testigo de la acción. Rizzolatti y su equipo llamaron neuronas espejo a estas células cerebrales y las encontraron también en el cerebro humano. Las neuronas espejo proporcionan una representación interna de las acciones, tanto propias como ajenas, y son responsables de comportamientos como el reconocimiento y la imitación. También podrían estar detrás de la empatía (la capacidad de representarse vívidamente lo que sienten los demás, tanto física como emocionalmente) y quizá incluso de nuestra capacidad de imitar sonidos. De ahí a concluir que intervienen en la adquisición del lenguaje hay sólo un paso.

Imitación y comunicación. En los años 50 el lingüista estadounidense Noam Chomsky postuló una teoría para explicar por qué los niños aprenden a hablar tan rápido pese a lo insuficiente que es el estímulo que proporciona el entorno. Chomsky propuso que todos los idiomas del mundo cumplen una especie de gramática universal, una serie de reglas tan generales, que se aplican a todas las lenguas. Los niños no tienen que aprender esta gramática universal; la traen programada en el cerebro por la evolución. Aprender una lengua específica se reduce simplemente a ajustar ciertos parámetros de la gramática universal. Al niño le bastan un par de años de recibir ejemplos para dominar su lengua materna. Esto ha generado la idea de que el lenguaje no es consecuencia de la comunicación a lo largo de generaciones, sino un comportamiento instintivo parecido al de construir un nido en las aves. La arquitectura del nido es un saber innato, igual que la estructura de los lenguajes humanos.

En años más recientes, el psicólogo canadiense Steven Pinker ha tomado la idea de Chomsky como base de su estudio de la adquisición del lenguaje en los niños. Pinker tituló su libro, en el que da fundamentos experimentales al modelo de Chomsky, El instinto del lenguaje. La existencia de un instinto del lenguaje se constata, por ejemplo, en los lenguajes de señas que han surgido espontáneamente en comunidades de sordomudos aisladas del resto del mundo. En esas comunidades, los sordomudos han desarrollado en un par de generaciones sistemas de signos manuales con todas las características de los lenguajes hablados (de hecho, el lenguaje de señas de un país por lo general no se parece ni remotamente a su lenguaje hablado). Esto y los estudios de fósiles humanos, así como de anatomía comparativa entre el aparato fonético de primates y humanos, llevó a que el lenguaje se empezara a estudiar no sólo como un producto de la mente, sino como una actividad física. Los científicos empezaron a entender que el lenguaje depende mucho de las neuronas de la corteza cerebral que controlan los músculos, en particular la respiración. Los primates, y especialmente los humanos, tenemos un control relativamente fino de las manos y los dedos, así como de los músculos de la cara, lo que se debe a que existe una conexión directa entre la corteza motora y los músculos que controlan estas partes del cuerpo. En los humanos los alcances de la corteza motora se extienden a un grupo de neuronas motoras conocidas como núcleo ambiguo, que controla el movimiento de la laringe, y otro que controla los músculos costales que intervienen en la respiración. Como los otros primates carecen de estas conexiones, se cree que nuestra especie las adquirió por evolución en épocas relativamente recientes.



Te acompaño en tu dolor (o en tu placer).  En el cerebro humano el sistema de neuronas espejo está más extendido que en el de los monos. Las neuronas espejo de las personas son capaces, además, de identificar la intención de una acción a partir del contexto en que se lleva a cabo esta acción, como demuestra otro experimento de Rizzolatti y sus colaboradores, junto con el equipo de Marco Iacoboni, de la Universidad de California en Los Ángeles. Los investigadores registraron la actividad de las neuronas espejo de personas a las que les mostraron varias películas breves: en una de ellas, una mano tomaba una taza, en otras dos se veía una mesa dispuesta para tomar el té y la misma mesa después del té; finalmente, en otras se veía la mano tomar la taza en estos dos contextos (antes del té y después del té). El equipo observó que las neuronas espejo de los participantes mostraban más actividad cuando la mano se llevaba la taza de la mesa dispuesta para el té y menos cuando se la llevaba de la mesa sucia. Esto sugiere que las neuronas espejo distinguen entre levantar la taza para beber el contenido y levantarla para limpiar la mesa, quizá porque beber es la intención más inmediata y frecuente. El sistema de neuronas espejo, al parecer, nos permite descifrar las intenciones de los demás, aunque esto no depende solamente de ellas, sino de muchos otros factores, como la memoria, la experiencia y las creencias, por ejemplo.

La función representativa de las neuronas espejo podría explicar por qué nos emocionamos al ver un partido de futbol o una obra de teatro. En efecto, estas neuronas participan en nuestra capacidad de entender las emociones de los demás. Para explorar esta idea, Rizzolatti colaboró con un equipo francés en unos experimentos en los que se sometía a los participantes a un olor desagradable y se registraba su actividad cerebral. La actividad era similar en las personas que experimentaban la sensación de asco y en las que sólo veían a otros hacer expresiones de asco.

 

El cerebro moral.  Gran parte de las interacciones humanas depende de nuestra capacidad de entender y compartir las emociones ajenas. Pero sentir empatía con las emociones de los demás no nos conduce necesariamente a reaccionar como ellos, pues nuestras relaciones emotivas son muy complejas. En junio del año pasado, la revista Science, publicó un reportaje sobre las investigaciones psicológicas y neurobiológicas de la ética. En esas investigaciones participaron personas normales y personas con diversas lesiones en la corteza cerebral. Los investigadores les proponían a los participantes una situación cuyo desenlace dependía de una decisión ética. Por ejemplo, ésta: imagínate que vas en un barco que se incendia; ya en el bote salvavidas, resulta que éste es demasiado pequeño y amenaza con hundirse. A bordo de este bote va también un pasajero herido de muerte en el incendio. Ese pasajero no tiene salvación. Si lo echan al agua, se salvarán todos los demás. ¿Tú qué harías? En experimentos similares, el psicólogo cognitivo Joshua Greene observó que la mayoría de los participantes optaba por no hacer nada. La intensa emoción de ser el causante directo de la muerte de otra persona es más fuerte que la razón, que indica que la otra opción es la correcta. No obstante, en otros experimentos realizados por el neurobiólogo Antonio Damasio, los psicólogos y biólogos evolucionistas Michael Koenigs y Marc D. Hauser encontraron que había sujetos que optaban por el sacrificio de la víctima. Estas personas mostraron también una sensibilidad menor que la normal a emociones como la compasión, la vergüenza y la culpa. Su capacidad de razonar con lógica, empero, no estaba afectada. La conclusión de estos investigadores es que en nuestro cerebro hay zonas encargadas de elaborar juicios morales y que éstas dependen de la organización cerebral de las emociones. La aversión al sufrimiento ajeno es innata en las personas.

Animales sociales
Toda esta visión del cerebro humano que está surgiendo de las nuevas investigaciones nos confirma algo que ya se había pensado: al igual que nuestros antecesores y parientes en la evolución, somos animales sociales y nuestro cerebro está en gran medida configurado para relacionarnos con nuestros semejantes de una manera muy compleja y para transmitir a nuestros descendientes muchísima información de todo tipo. El sistema de comunicación que hemos desarrollado a partir de nuestra biología —que es básicamente el lenguaje ordinario— y toda la memoria acumulada y retransmitida de una generación a otra, hacen posible que tú estés leyendo estas páginas que nosotros escribimos. La forma y la evolución específica del cerebro de homínidos como nosotros da lugar a relaciones sociales muy refinadas en las que las razones y las emociones se mezclan de maneras muy diversas. Es posible que los escritores estemos indagando desinteresadamente, al escribir poemas, relatos y novelas, sobre esta mezcla de pasiones y razones que impulsan al animal humano a actuar; y que nuestra voluntad y libre albedrío resulten algo más complicados que seguir las prescripciones éticas o saber lo que se debe o lo que no se debe hacer. 
Todo lo anterior no lleva a afirmas que el cerebro es la estructura más compleja del universo,  contiene más neuronas que estrellas hay en una galaxia. El cerebro dicta toda nuestra actividad mental: desde procesos inconscientes, como respirar, hasta los pensamientos filosóficos más complejos.  Por miles de años, las civilizaciones se preguntaron sobre el origen del pensamiento, la conciencia, la interacción social, la creatividad, la percepción, el libre albedrío y las emociones. Hoy, gracias a las neuroimágenes, es posible filmar y estudiar el cerebro cuando aprendemos, decidimos, nos enamoramos o enojamos. Y así entender las bases cerebrales de procesos complejos como la imaginación, la toma de decisiones y la emoción.
Actualmente sabemos, contra lo que se creía una década atrás, que las neuronas pueden regenerarse y establecer nuevas conexiones al tiempo que se pierden otras, y que el cerebro es un órgano plástico que una vez que alcanza su madurez, alrededor de los 20 años, continúa cambiando y adaptándose a nuevos comportamientos y circunstancias durante prácticamente toda la vida.  La neuroplasticidad es, así mismo, uno de los factores más importantes en la evolución de la especie; un rasgo que permitió al sistema nervioso escapar a las restricciones de su propio genoma y responder a cambios ambientales y fisiológicos constantes. Así, nuestra forma de pensar, percibir y actuar no está del todo determinada por nuestros genes ni por las experiencias tempranas de nuestra niñez, como sugería el creador del psicoanálisis, Sigmund Freud.  Sin embargo, para ser justos, hay que recordar que a fines del siglo XIX, Freud, que antes de ser psicoanalista fue neurólogo, descubrió el papel del inconsciente en nuestra conducta. Y recientes investigaciones ratifican la teoría del vienés, al develar que la mayoría de los procesos cerebrales que creemos racionales, no son conscientes.

La dimensión social
Uno de los descubrimientos centrales de las neurociencias es la dimensión social del cerebro humano, que como nuestras relaciones trabaja básicamente en red. "La complejidad del cerebro es consecuencia de la complejidad social que alcanzó nuestra especie a lo largo de su evolución",  El ser humano es básicamente una criatura social. Por eso crea organizaciones, que van desde la familia hasta las comunidades nacionales o globales", dice Manes.  La interacción social también resulta fundamental para el aprendizaje. Y esto explica por qué los docentes de carne y hueso difícilmente sean reemplazables por programas de software o máquinas. Manes refiere un experimento, en el que tres grupos de bebes cuya lengua materna era el inglés fueron entrenados en el aprendizaje del idioma chino: un grupo interactuaba con un maestro chino en vivo; un segundo grupo veía películas del mismo hablante, y el tercer grupo sólo lo escuchaba a través de auriculares. El tiempo de exposición y el contenido fueron idénticos en los tres grupos. Después del entrenamiento, los bebes expuestos a la persona china en vivo distinguieron entre dos sonidos con un rendimiento similar al de un bebe nativo chino. Los bebes que habían estado expuestos a ese idioma a través del video o de sonidos grabados no aprendieron a distinguir sonidos, y su rendimiento fue similar al de bebes que no habían recibido entrenamiento.

Razón y emoción.  No es solamente la razón, sino la emoción lo que nos hace humanos. Tanto las emociones positivas como las negativas, desatan un conjunto de cambios fisiológicos y comportamentales que influyen en procesos cognitivos trascendentes como la memoria y la toma de decisiones. Al contrario de lo que normalmente se cree, las emociones no son un obstáculo, sino que resultan fundamentales para decidir. Estudios recientes, entre ellos los del neurólogo Antonio Damasio, autor de El error de Descartes, indican que "una decisión tomada sin emoción, es altamente probable que sea equivocada". Razón y emoción van juntas en los principales procesos cerebrales,  la emoción brinda una información extra y muy personal en el proceso de toma de decisiones para conseguir nuestros objetivos. Para decidir bien es preciso utilizar armoniosamente los dos cerebros, el emocional y el racional", explica.
La tecnología de imágenes y el trabajo con pacientes que han sufrido lesiones cerebrales mostraron que una estructura cerebral llamada amígdala juega un rol significativo en el miedo y en la memoria de eventos emocionales. También existe evidencia de que una región cerebral conocida como la ínsula subyace al reconocimiento de señales humanas de disgusto. La idea de que el cerebro humano tiene sistemas neurales parcialmente separados pero interconectados se apoya en el hecho de que muchas de las situaciones emotivas cotidianas contienen una combinación de emociones.

Antonio Damasio, en su libro Looking for Spinoza ("Buscando a Spinoza"), señala que las emociones son nuestra manera de reaccionar al ambiente, mientras que los sentimientos son la construcción racional, muchas veces expresada lingüísticamente, que hacemos de ellas para comunicarlas. Las recientes investigaciones sobre la mente y el cerebro nos hacen ver cada vez más que la división entre razón y emoción es artificial, y de allí proviene, según Marc D. Hauser en Moral Minds, nuestra imposibilidad de resolver los dilemas morales usando sólo la razón. Un dilema moral muy actual es, por ejemplo, el que plantea el poder prolongar la vida humana gracias a la medicina, incluso la de un enfermo terminal, aunque su sufrimiento sea muy grande. Por un lado, está el sentimiento de aversión al sufrimiento de un semejante, que todos compartimos, y por otro está el deber moral de los médicos, impuesto racionalmente, de conservar la vida del paciente a como dé lugar. Pero, como dice Marc D. Hauser, cuando el enfermo y sus familiares deciden interrumpir el tratamiento, la decisión es de tipo moral emocional y está determinada más por la circunstancia que por las reglas que los médicos se impongan. En la mayoría de las decisiones morales que tomamos hay un ingrediente emocional que se ajusta a la circunstancia y nos permite enfrentarla. El comportamiento ético depende de la sensibilidad a las emociones.

El gen altruista.  Más allá de las emociones básicas como el placer y el miedo, los seres humanos hemos desarrollado sentimientos complejo: justicia, ética, solidaridad... En los inicios, la supervivencia de la especie era lo más importante y esto hacía que los más débiles fueran abandonados a su suerte. Pero ya el hombre de Neanderthal practicaba el altruismo y algunas nociones de medicina, como lo demuestra un cráneo de 36.000 años hallado con una herida cicatrizada en la cabeza, lo que indicaría que fue curado por sus compañeros. 
La filosofía, la religión y la economía han intentado explicar cómo se genera la cooperación entre individuos, aun cuando no exista una recompensa inmediata o directa. Y la neurología vino a dar su aporte con el descubrimiento de las áreas cerebrales relacionadas con la cognición social. "Se trata de la capacidad de percibir las intenciones, los deseos y las creencias de otros y es una habilidad que aparece a partir de los 4 años", explica Manes. Investigaciones con neuroimágenes mostraron que al ayudar a otros y donar dinero, interviene la dopamina, una hormona relacionada con los circuitos del placer.  Pero también sentimientos reprochables como la discriminación y el prejuicio tienen sus bases neuronales. Una investigación dirigida por Agustín Ibáñez, del Laboratorio de Psicología Experimental de Ineco e investigador del Conicet, junto a colegas de España y Chile, mostró que el cerebro detecta en 170 milisegundos (menos que un parpadeo) si un rostro integra o no el propio grupo de pertenencia y lo valora positiva o negativamente mucho antes de que seamos conscientes de ello. En esta valoración intervienen varias áreas cerebrales. El trabajo involucró a 180 voluntarios indígenas y no indígenas, y fue publicado en la revista Frontiers in Human Neuroscience. Sus conclusiones sugieren que "los procesos asociados al prejuicio son muy automáticos y arraigados, por lo que las estrategias de integración y tolerancia deberían empezar en la infancia, lo más temprano posible", dice Ibáñez.

Estrés y memoria
¿Por qué recordamos dónde estábamos y qué hacíamos cuando recibimos la noticia de la declaración del corralito o el fallecimiento del ex presidente Kirchner, pero nos olvidamos lo que hicimos el día anterior? Es que los recuerdos, tanto los buenos como los malos, se asocian con un shock emocional. Lo demostraron investigadores del Laboratorio de Neurobiología de la Memoria del Ifibyme, de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, y el Conicet, en un trabajo publicado por la revista Neuroscience.  En una prueba con estudiantes voluntarios, los investigadores comprobaron que éstos "podían recordar mejor una serie de sílabas aprendidas si eran sometidos a un estrés leve, en comparación con el grupo control, que no sufrió estrés", explica la bióloga Verónica Coccoz, autora del trabajo Alejandro Delorenzi y Héctor Maldonado. Esto se debe -según el estudio- a que "en situación de estrés se liberan sustancias como epinefrina, cortisol y glucosa, que juegan un rol central en la modulación de la memoria".
Sin embargo, así como niveles moderados de estrés pueden ser estimulantes, "cuando se vuelve crónico y prolongado suele tener efectos negativos en la memoria y otras funciones cognitivas -destaca el neurólogo Manes-. El estrés, tanto físico como psicológico, dispara la liberación de cortisol, una hormona producida en las glándulas suprarrenales."  Altos niveles de cortisol como los que se registran en personas estresadas o atravesando una depresión, afectan la memoria episódica (la del cuándo y dónde). Esto disminuye aún más sus capacidades para enfrentar las exigencias cotidianas, lo que se transforma en un círculo vicioso. Según el neurólogo, "la medida óptima de nuestro rendimiento intelectual no se logra a partir de una sumatoria de horas de esfuerzo, sino más bien de una estrategia que contemple el trabajo, el descanso, el ocio y el esparcimiento".

Relojes internos. La percepción del tiempo, una característica netamente humana, también tiene base neuronal. "Somos relojes con patas", describe el biólogo Diego Golombek, investigador del Conicet y director del Laboratorio de Cronobiología de la Universidad Nacional de Quilmes. "Existen pequeñas estructuras en el hipotálamo que miden el tiempo y le dicen al cuerpo qué hora es -explica Golombek-. El llamado reloj biológico sincroniza a nuestro organismo para que rinda en forma óptima a lo largo del día, con picos de desempeño hacia la tarde. Por eso, "a la hora de elegir conviene un horario vespertino para una competencia deportiva o un examen -recomienda el experto-. Casi todos los récords olímpicos se batieron en horas de la tarde."
Pero los seres humanos no somos todos iguales y de hecho existen varios cronotipos. En los extremos se encuentran los alondras, típicamente matutinos, y los búhos, que son noctámbulos o al menos vespertinos. "La mayor parte de los adolescentes son búhos. Esto no sólo se debe a sus hábitos de salir de noche, mirar tele y chatear hasta tarde, sino que la biología indica que las agujas de su reloj interno están atrasadas respecto de la población en general -dice Golombek-; con lo cual, el horario de comienzo de clases en el secundario resulta absurdo e improductivo."
Neuronas 2.0. Una de las preguntas más inquietantes que se plantean hoy las neurociencias se refiere a los efectos de Internet y las nuevas tecnologías en el cerebro. El acceso a información prácticamente infinita y el bombardeo constante de estímulos a partir de los dispositivos móviles y las redes sociales están minando nuestra capacidad de atención y concentración. El estadounidense Nicholas Carr, autor de El gran Interruptor y Superficiales (Taurus), denuncia que "lo que estamos entregando a cambio de las delicias instantáneas de Internet es nada menos que el proceso lineal de pensamiento". Una nueva mentalidad superficial, acostumbrada a recibir y diseminar información en estallidos cortos y descoordinados está reemplazando al razonamiento profundo. Recientes estudios muestran un funcionamiento cerebral diferente cuando se lee en la pantalla a cuando se lo hace en papel. Aunque en términos evolutivos la irrupción de las tecnologías digitales es demasiado reciente para generar cambios en la configuración cerebral, la hipótesis no deja de ser inquietante.

LA FALACIA DEL COEFICIENTE INTELECTUAL
Ser inteligente es tener flexibilidad para ver un problema y descubrir una posibilidad de enfrentarlo, La noción actual de inteligencia incluye habilidades emocionales, motivacionales y sociales. Factores de la personalidad como el humor, expanden nuestro potencial intelectual. Desde que Howard Gartner describió en la década de los ochenta, las inteligencias múltiples, se habla de capacidad lingüística, lógica, musical, espacial, corporal e interpersonal. Pero ¿qué nos hace inteligentes como especie? La capacidad de relacionarnos con otros mediante la llamada cognición social y el lenguaje es sin duda un salto evolutivo que nos diferenció de los primates y produjo mayores conexiones neurales.
A la hora de medir la inteligencia, las pruebas de cociente intelectual resultan útiles en algunos casos, pero no en todos. Y su utilización muchas veces dio lugar a prácticas discriminatorias por género, raza o grupo social. La realidad es que la ciencia no cuenta hoy con una herramienta para medir la inteligencia en toda su extensión y complejidad,  ¿Cómo asignarle un cociente a la ironía o a la creatividad?
SIETE Consejos para tener el cerebro en forma
Abra su mente: desafíe a su cerebro con actividades nuevas: aprenda un idioma o un instrumento, vaya al teatro, a un concierto, museo o galería
Cuide su dieta: elija alimentos variados; priorice las frutas, verduras y carnes magras.
Ejercite su cuerpo: vaya caminando o en bicicleta a su trabajo, asista a un gimnasio, practique algún deporte o vaya a bailar.
Hágase un chequeo: controle su presión arterial, colesterol, glucosa en sangre y peso. Estos factores incrementan su riesgo de desarrollar demencia si son elevados.
Active su vida social: reúnase con familiares y amigos, participe en redes profesionales, eventos comunitarios o haga tareas voluntarias.
Evite los malos hábitos: no fume y si bebe alcohol, hágalo con moderación
Cuide su cabeza: sea respetuoso como peatón, use cinturón de seguridad y use casco si anda en moto, bicicleta o patines.

Fuentes: 
Facundo Manes. Neurólogo y neurocientífico argentino creador del Instituto de Neurología Cognitiva, presidente de la Fundación INECO, Rector de la Universidad Favaloro.  Usar el cerebro
Conocer nuestra mente para vivir mejor
. Editorial: PAIDOS IBERIC. ISBN: 9788449330858, 2015

Alicia García Bergua es asesora de ¿Cómo ves?; editora y colaboradora del sitio cienciorama.unam.mx; poeta y ensayista. También ha escrito cuentos y obras de teatro. Ha sido miembro del Sistema Nacional de Creadores:


Para profundizar:
https://www.youtube.com/watch?v=ATYtJmEczlA
https://www.ted.com/talks/sebastian_seung?language=es







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